Eduardo Pereiras-Adrián Fatou (Jerez III).
- Páginas de Tinta y Plata
- 17 ene 2021
- 6 Min. de lectura
Pepe Nihil.


Eduardo Pereiras-Adrián Fatou (Jerez III)
La relación que tengo con los libros, no solamente está motivada por el autor o la temática que hay en ellos. Muchos de los que tengo son regalos o ni se sabe cómo han llegado (un día contaré cómo, misteriosamente, se cayó un libro de Pierre Gonnord en mi maleta).
El caso es que un grisáceo día de febrero estaba algo alicaído, moral y fotográficamente hablando, y habría que sumar a esto que tenía que realizar un trabajo para clase (ciclo de Fotografía Artística) sobre fotógrafos jerezanos. Todos sabemos cómo es la red: muchísima información (casi siempre un copia/pega); pero de Jerez, nada. Pues en esas andaba yo, cuando se lo comenté a Ángel Fatou, amigo mío y sobrino del desaparecido Adrián Fatou Valenzuela, gran fotógrafo que en los últimos tiempos realizaba una importante labor como historiador o, más que historiador, de recordador de una memoria que cada día es más volátil.
A primera hora del día siguiente, Ángel me regaló el libro de Adrián 175 años de Fotografía- Una mirada desde los fotógrafos de Jerez (como nota apunto que también es autor de Maschera-El misterio de Venecia y de Arquitectura de una mirada). Inmediatamente fui a ojearlo a la vera de un café. Entre tragos de cafeína y nicotina, descubrí una fotografía que creía de August Sander. Me dije: “Vamos, Augusto no puede ser jerezano”. Y no, no era de August; era de Eduardo Pereiras Hurtado. Fue un flechazo a primera vista. En ese día aciago se abrió una ventana de luz y color.
Sigo leyendo con toda mi ilusión y curiosidad las páginas dedicadas a Manuel Pereiras Pereiras, y veo que es padre de Eduardo Pereiras Hurtado y Manuel Pereiras Hurtado, también fotógrafo este segundo. La Saga Pereiras.
Y de esta forma tan casual, inicio mi camino en el descubrimiento de la figura de Eduardo Pereiras. Y todo este rollo para hablar de este estupendo fotógrafo, por desgracia tan poco conocido, y que para mí es uno de los grandes de la fotografía.
A continuación, adjunto una semblanza que realicé para una charla sobre su persona y sobre el fascinante libro La fotografía en el Jerez del siglo XIX, al que vuelvo cada cierto tiempo, transportándome a ese Jerez del XIX. Las fotografías de Pereiras son de su libro Donde Jerez sueña, simple y llanamente una maravilla.
SEMBLANZA a EDUARDO PEREIRAS
Hoy estamos aquí para hablar sobre Eduardo, y por mi parte me toca hablar del Pereiras historiador. Aunque creo que sería un error hablar por separado de Pereiras historiador, Pereiras fotógrafo, Pereiras pintor, o Pereiras coleccionista. Asevero que es un Pereiras humanista, un hombre clásico al que le gustan todas las artes, quelas cultiva y que además destaca en todas ellas.
Para que podamos entender su personalidad, primero haré un breve repaso a su biografía: Su primera formación la recibe de su propio padre, Manuel Pereiras Pereiras, en el campo de la fotografía. Tal y como nos comenta su hermana Ángela, el padre le enseña los secretos de la técnica fotográfica, tanto en la toma como en el posterior revelado. Más tarde inicia sus estudios en la Escuela de Arte de Jerez, en donde aprende y cultiva el dibujo, la pintura y la literatura, aunque no llega a rematar esos estudios. En la década de los 50 comienza a realizar su propia obra. Es preciso comentar que para mostrar a su padre las cualidades artísticas que posee, empieza a presentarse a diversos concursos fotográficos, destacando el 3er. premio en el concurso internacional de fotografía organizado por la revista Mundo Ibérico, en el año 1955, con una fotografía de esta serie.
Se involucra en la vida cultural jerezana, y es miembro fundador de la Agrupación Fotográfica San Dionisio. Pertenece a la Agrupación fotográfica Isleña de San Fernando y al Grupo Cultural Atalaya, las portadas de cuyos cuadernos se adornan con sus fotografías.
En 1986 publica su libro fotográfico Donde Jerez sueña, en el que recoge una antología de sus más evocadoras obras. En 1988 lo hacen miembro académico de número de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras. En 1999 publica junto a Holgado Brenes el libro Andalucía en blanco y negro, en 2000 el libro La fotografía en el Jerez del siglo XIX y en 2002, Rota el esplendor del ayer.
Y si todo esto no fuera suficiente, podemos encontrar artículos de investigación histórica sobre temas fotográficos, tales como: “Primeros años de la fotografía en Cádiz 1841-1850”, “Viajes Fotográficos de la Semana Santa Jerezana”, “Los imaginativos fotógrafos de las Ferias”, etc.
Pero no solo de fotografía tenía conocimientos. Quien lo conocía, sabía que era un amante de la arqueología, un experto numismático (colaboraba con Esperanza Lezcún en Radio Popular en un programa en el que quien tenía alguna duda sobre monedas le consultaba) y coleccionista de etiquetas de vino (y por ende experto en ellas, lo que se demuestra en dos de sus libros).
Todo lo anteriormente mencionado son pinceladas que nos describen a un Eduardo Pereiras historiador. Para explicar mejor mis palabras, voy a desgranar un libro que, en mi opinión, todo jerezano debería tener en su casa, y que, además, es hasta el momento su obra culmen en esta materia: el libro La Fotografía en el Jerez del siglo XIX.
En este texto, escrito de una forma incisiva, clara, sin florituras, se nos traslada al Jerez de hace dos siglos, porque no es un libro de fotografía al uso, sino un libro antropológico, sociológico y económico del Jerez de aquel tiempo. No es un fichero de fotógrafos instalados en esta tierra por aquella época, sino un relato veraz y bien documentado de cómo era y cómo se vivía.
Eduardo excava, bucea, en esa segunda casa que llega a ser la biblioteca municipal. Son horas y horas investigando entre los documentos más dispares, desde revistas y periódicos de la época, tales como: El Porvenir de Jerez, El Progreso, Asta Regia, El Guadalete, Revista Jerezana, Don Circunstancia, Don Fastidio, hasta registros mercantiles, libros de impuestos de guerra, contribuciones, padrones vecinales… Para darnos cuenta de hasta dónde llegaba su curiosidad y su incansable búsqueda de información, leeré el extracto de un informe del Colegio de Abogados fechado en 1853, que aparece en este libro, y dice así: “El Colegio de Abogados pudiera descender aquí a consideraciones peculiares de esta importantísima ciudad que contiene en sus muros no menos de treinta y cuatro mil almas…”
Rescata, limpia, cataloga y ordena estos datos para dirigirnos por una lectura que nos traslada por el Jerez del siglo XIX. Nos muestra un pueblo que, tal y como nos cuenta Jorge W. Suter en una carta, “es grande y destartalado, aunque tiene algunas calles buenas y varias plazas y desahogos”. Más adelante continuará: “ninguna calle tiene alcantarillado, pavimento ni alumbrado, y durante el tiempo lluvioso no es cosa fácil ir de una casa a otra, recordando en ocasiones el tener que aprovechar cantos para atravesar la calle y evitar que el lodo y el agua llegase a media pierna…”
Rescata la importancia económica de la ciudad y cómo esta recibió a comerciantes de todas las partes de Europa. Son almacenistas, bodegueros, destilerías con nombres tan exóticos como Lacave, Domecq, Lassalette, Villaret de Solleure, Pemartin, Lacoste & Capdepon, Dastis, Arvide, Beigbeder, Osman & Shiel…
Es el Jerez de las ciento veinte tiendas de bebidas entre figones, bodegas, tabancos y tabernas, las cuales ayudaban a mantener el alto índice de alcoholismo de la sociedad de la época. Si sumamos a eso las ocho tiendas de ventas de armas, entendemos que poco podía hacer la Milicia Nacional por controlar las peleas que normalmente acababan en navajazos.
El hito que fue la creación de la primera línea de ferrocarril en Andalucía (la de Jerez- el Trocadero), las celebraciones oficiales, los espectáculos, el teatro, los bailes y las corridas de toros tienen cabida en el libro, para dar vida a ese Jerez decimonónico.
Una vez transportados a esta época, nos enseña, como buen maestro que es, las primeras noticias y ensayos de daguerrotipos en Andalucía o la utilización de las fotografías como pruebas judiciales. Y una vez que nos hemos adaptado a esos cambios tecnológicos, descubre y rescata la figura del jerezano Diego de Agreda y Dómine, el autor del primer daguerrotipo en la provincia de Cádiz. Y no solo su faceta de fotógrafo, sino su faceta personal, altruista, de uno de los prohombres más destacados de la cultura andaluza, e incluso podemos asegurar que a nivel nacional.
Otro personaje digno de estudio, y al que dedica 15 páginas, es Leopoldo Casiñol Faute, sangrador, dentista y famoso por haber creado el sistema de heliocromía por contacto, Sistema Leopoldo Casiñol, premiado en la Exposición Universal de París.
Siguiendo el sendero que nos marca Eduardo, descubrimos las primeras fotografías estereoscópicas, los anuncios de los fotógrafos en la prensa, los espectáculos ambulantes de imágenes, los fotógrafos transeúntes, las primeras imágenes en prensa, los nuevos fotógrafos jerezanos (una lista bien larga, por cierto), el auge del coleccionismo de las cartes à visite (diseñadas por Disderie), ópticos-viajantes-libreros y mercaderes de drogas (no hay que olvidar que hacía falta un abastecimiento de químicos), el paso de Clifford y Laurent por la ciudad, la fotografía post mortem en Jerez, además de a Juan Comba García, xilógrafo, pintor y fotógrafo, a Diego Calvache Yáñez, y a la gran figura del fotoperiodismo del momento, José Demaría López “Campúa”, etc.
Para concluir, solo quiero recalcar la importancia de este libro, un compendio de sabiduría, de Historia jerezana, y una pequeña muestra de la delicadeza que conformaba a Eduardo Pereiras.







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